miércoles, 16 de abril de 2008


KEMENTARIS
Creo que no hay persona a la que no le atraiga caminar descalzo y en solitario por la playa aunque la mañana sea gris. Por alguna razón la extensión, la arena, la brisa invita a hacerlo y así dejar en la arena las penas que no valen la pena cargar después de una reflexión.
Y allí estaba yo, y mi caminar no era diferente al de muchos otros pues mis huellas en parte se las llevaba el mar tal como les había ocurrido a las que habían dejado otros en su caminar antes que yo. Lo que me decía que mis penas por más que las llorara no se irían todas aquella mañana. Mientras en esto meditaba me topé con sus ojos. Celeste claro en rasgos oscuros, llamaban la atención de cualquiera.
NO le dije nada, solo me vio caminar y como si me conociera de siempre se acerco a mí, y buscó mi mano. Sin mediar palabra percibí que aquella playa era su hogar el que conocía a la perfección y como buen anfitrión me invitó a conocer cada rincón de ella.
La caminata se transformó en juego y descubrimiento y mis penas simplemente se fueron mas el reloj y sus horas son implacables y como todo ensueño en el que no sufres, en algún momento simplemente acaba. Así fue que llegó el momento de partir y me acompañó hasta donde estaba lo que me llevaría lejos de aquel lugar y de aquel simple pero encantador momento.
Camino a casa pensaba en él, de quien ni siquiera sabía su nombre pero que me había llevado con una dulzura natural, una amistad instintiva y leal a los años simples y felices de la niñez. Esos años que uno jamás debería olvidar y que gracias a criaturas tan pequeñas y simples Dios nos permite un respiro en este mundo lleno de complicaciones y frivolidades.
Si algún día van a la playa de Reñaca, Viña del Mar, en la quinta región de Chile quizás puedan verle caminando o jugando entre las olas con algún tesorito que robó de ellas, sin duda les será mas fácil dar con él si observan bien esta foto.
KEMENTARIS

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